Temprano en la mañana, Jesús fue llevado ante Herodes (Lucas 23:8-12), quien esperaba ver milagros, pero Jesús permaneció en silencio (Lucas 23:9). Herodes, burlándose, lo devolvió a Pilato. La coincidencia en el desprecio hacia Jesús llevó a una reconciliación política entre Herodes y Pilato (Lucas 23:12).

Pilato, buscando liberar a Jesús, ofreció a la multitud la opción de liberar a Jesús o a Barrabás (Juan 18:39; Mateo 27:17; Marcos 15:9). Este acto ha sido históricamente validado por fuentes judías y romanas que demuestran la costumbre de liberar prisioneros durante la Pascua. Sin embargo, la multitud, influenciada por las autoridades del Templo (Marcos 15:11; Mateo 27:20), eligió liberar a Barrabás (Lucas 23:18; Juan 18:40).
Pilato, sorprendido, intentó apaciguar a la multitud, pero esta exigió la crucifixión de Jesús (Marcos 15:13). Ante la amenaza de un motín (Mateo 27:24), Pilato cedió. Se lavó las manos, declarándose inocente, y la multitud respondió: “Su sangre sea sobre nosotros y nuestros hijos” (Mateo 27:24), una expresión judía que denota asumir la responsabilidad (2 Samuel 1:16; 3:29; Jeremías 28:35; Hechos 18:6).
Pilato ordenó la flagelación de Jesús (Juan 19:1; Marcos 15:15), un último intento de calmar a la multitud. Los soldados romanos, sin embargo, intensificaron las burlas y el maltrato.
La Angustia de Pilato y la Sentencia Final

La reacción de Pilato ante las palabras de la multitud se describe en Juan 19:8 como “mallon efobeze”, indicando un profundo miedo y desasosiego. La mención de “Hijo de Dios” generó en Pilato una inquietud sobrenatural, ya que, aunque los romanos eran conocidos por su crueldad y corrupción, también eran supersticiosos. Pilato, perturbado, intentó interrogar a Jesús, pero este guardó silencio, cumpliendo la profecía del Siervo de YHVH (Isaías).
Ante la insistencia de Pilato, Jesús le respondió que su poder provenía de una autoridad superior y que aquellos que lo habían entregado eran más culpables (Juan 18:11-12). Mientras Pilato reflexionaba, la multitud intensificó sus gritos, exigiendo la crucifixión de Jesús y amenazando con denunciar a Pilato ante el César (Juan 19:12).

Ante esta amenaza, Pilato cedió. El temor al emperador Tiberio superó su inquietud por Jesús. Finalmente, Pilato se vio obligado a dictar sentencia.
Ante la persistencia de la multitud, Pilato, temiendo una denuncia al César (Juan 19:12), sentenció a Jesús a la crucifixión (Juan 19:13, 14). Jesús fue crucificado, y sus últimas horas recordaron las palabras del Salmo 22 (Salmo 22:15-18). Jesús muere, y su cuerpo fue reclamado por José de Arimatea (Juan 19:31-42; Lucas 23:50-54; Mateo 27:57-60; Marcos 15:42-46).