En la ciudad en que vivo en los Estados Unidos, he tenido el privilegio de conocer de cerca a personas de diversas nacionalidades, incluyendo cubanos, nicaragüenses y venezolanos. Sus historias, aunque provienen de escenarios distintos, resuenan con un dolor profundo. Sus voces se quiebran al relatar cómo sus países se sumieron en la violencia, la pobreza y la persecución de quienes piensan diferente. Para todos, el inicio de esta tragedia fue la pérdida de la independencia de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, a capricho de un líder.
Escucharlos me ha permitido reconocer las similitutes innegables con la situación actual de Colombia.
Ahora, por ejemplo, el presidente Petro ha violado la independencia del Congreso de la República al firmar un decreto que desconoce la autoridad legislativa. Pero su postura va más allá: ha anunciado que si la Corte Constitucional (rama judicial) no aprueba su decreto, buscará convocar una asamblea nacional constituyente. Su objetivo, sería derrocar la Constitución de 1991 e imponer una nueva, con la que lograría instaurar una dictadura y asegurar su reelección. Nunca antes en la historia de Colombia habíamos presenciado una amenaza tan directa a la institucionalidad democrática. Claramente, estamos al borde de un camino que podría conducirnos a una dictadura.

Casi me olvido y que tal el caos económico y la corrupción que azotan a España? (sabía usted que de España salen despavoridas al mes 40.000 personas?)
Resulta irónico, ¿verdad?, que en todos estos escenarios problemáticos —desde Cuba hasta España, pasando por Nicaragua, Venezuela y ahora Colombia— se vivan experiencias tan dolorosamente parecidas. Es como si una misma enfermedad, con sus síntomas de crisis económica, corrupción y éxodo, se manifestara en cada uno de ellos. Pero esa enfermedad tiene nombre: gobiernos de izquierda. Las incoherencias en los discursos de líderes como fue Chávez, ahora Maduro, Ortega, Sánchez y Petro solo profundizan la preocupación, evidenciando una desconexión entre las promesas y la cruda realidad.
Es una verdad difícil de asimilar, pero aquellos que elijan permanecer ciegos, lamentablemente, serán confrontados por la dura realidad.