El Amor y la conexión entre una madre y sus hijos, desde una perspectiva científica, está arraigada en una serie de procesos biológicos y psicológicos.
Durante el embarazo, por ejemplo, se establecen vínculos físicos y químicos a través de la placenta y las hormonas que ayudan a fortalecer el apego emocional. Además, la liberación de hormonas como la oxitocina durante el parto y la lactancia materna refuerza el vínculo emocional entre madre e hijo. A nivel psicológico, el cuidado materno temprano influye en el desarrollo del cerebro y la regulación emocional del niño, lo que fortalece aún más el lazo entre ambos. Estos aspectos biológicos y psicológicos contribuyen a la conexión única y especial entre una madre y sus hijos desde una perspectiva científica.
Durante el embarazo y el parto, se da un intercambio de ADN entre el feto y la madre. Así, ambos reciben células, que se quedan en su cuerpo. Es lo que se denomina microquimerismo materno fetal.
Específicamente, las funciones del microquimerismo fetal pueden ser diversas, como evitar el rechazo del feto, reforzar vínculos entre madre e hijo y garantizar que el feto recibe los nutrientes y otros elementos que necesita para crecer.
Hay pruebas de la presencia de células del feto en diversos órganos de la madre, pero ahora, por primera vez, se han localizado en un área tan sensible y representativa del cerebro como es el neuroepitelio olfativo, situado en la parte superior de la fosa nasal.
La presencia de células del feto en el neuroepitelio olfativo de la madre podría ser un factor de protección ante la depresión.
La conexión emocional entre una madre y su hijo es profunda y perdurable, lo que hace que su papel sea eterno en la vida de sus hijos.
Es tan importante y profunda esta relación, que Dios hace esta comparación:
¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré. Isaías 49:15
Porque el amor de Dios es más grande que el de una madre.